Etimológicamente, tiene raíz en el griego ekleipsis, que plantea la ausencia y desapación, y tal vocablo tiene relación con ekleipein, que se traduce como separación. Su origen describe la idea de Eclipse, teniendo dos tipos de fenómenos, solar y lunar, apreciables cuando la luna se ubica frente al sol, y cuando nuestro planeta se posiciona frente al sol respectivamente. Puede darse una situación de eclipse total o parcial dependiendo del movimiento de cada protagonista dentro del sistema solar.
La mayoría de civilizaciones de la antigüedad se dedicaron a la observación de los astros. Ante la presencia de los cometas o los eclipses, entendían que se trataba de fenómenos que anunciaban algún episodio trágico. Tres mil años antes de Cristo ya fueron registrados eclipses solares en China y en Babilonia. En ambos casos se observó que la Luna repite su trayectoria en el cielo cada 18 años y 11 días y esta periodicidad fue lo que posteriormente permitió predecir los eclipses.
Para los chinos la aparición de un eclipse tenía relación con la presencia de un dragón volador, el cual devoraba al Sol.
En el territorio del actual México el animal que se tragaba momentáneamente el Sol era un jaguar (según los mayas el dios jaguar estaba relacionado con el ciclo día-noche).
En las ilustraciones del antiguo Egipto se encuentran figuras del Sol eclipsado sobre el cuerpo de un faraón momificado (los faraones querían ser como el Sol, que aparentemente puede aparecer o desaparecer de manera voluntaria).
La presencia de eclipses empezó a dejar de ser un misterio con los griegos Tales de Mileto, Pitágoras y Empédocles. En el siglo Vl a. C Tales de Mileto hizo la primera predicción de este fenómeno de la naturaleza.
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